En un rincón oscuro de la ciudad, donde las sombras se entremezclaban con susurros de dolor y melancolía, se encontraba el Dispensario. Un lugar mágico, donde las palabras fluían como brebajes curativos, listos para sanar el alma de aquellos que cargaban el peso del mundo en sus corazones.
El Dispensario era un refugio literario, un oasis en medio de la tormenta cotidiana. En sus estantes, alineados con cuidado y amor, se encontraban los “Remedios Poéticos”: pequeños poemas cortos que destilaban sabiduría y empatía en cada verso.
Cada remedio era una píldora de esperanza, una bocanada de aire fresco para los perdidos y los desahuciados. Desde las palabras más dulces y reconfortantes hasta las más intensas y conmovedoras, estos poemas ofrecían un alivio inmediato a los males del corazón.
Cuando el peso de la vida se volvía insoportable, los visitantes del Dispensario se sumergían en la prosa melódica de los Remedios Poéticos. Las palabras fluían como un río tranquilo, llevándolos a tierras lejanas y despertando emociones olvidadas. Allí encontraban consuelo en los versos que acariciaban su dolor, como bálsamo para las heridas del alma.
Los poemas cortos se erigían como linternas incandescentes que, con su resplandor, iluminaban los senderos más oscuros de la existencia. Sus versos, sutiles y poderosos, se convertían en abrazos invisibles, envolviendo con ternura a aquellos afligidos por las sombras de la vida. Cada línea, meticulosamente tejida, se deslizaba como un susurro de comprensión, un eco resonante de experiencias compartidas.
En cada palabra, se alzaba una sinfonía de conexiones humanas, un lazo invisible que unía a los corazones solitarios en una comunidad de almas vulnerables. Aquellos que se sumergían en los poemas encontraban consuelo en la resonancia de sus voces, descubriendo que no estaban solos en su dolor, sino que formaban parte de una red humana, tejida por la poesía y el entendimiento mutuo.
Y así, en el Dispensario, las horas se desvanecían en un ballet de letras y emociones. Las páginas desgastadas de los libros guardaban los secretos más profundos de aquellos que buscaban refugio en ellas. Los visitantes encontraban consuelo en la calidez de las palabras impresas y en la magia de la poesía.
El Dispensario se convertía en un faro de luz en la oscuridad, atrayendo a los perdidos, a los quebrados, a aquellos que buscaban una cura para el dolor que habitaba en sus almas. Los Remedios Poéticos se volvían la medicina que necesitaban para enfrentar la realidad, para sanar heridas invisibles.
Algunos visitantes encontraban en los versos una despedida sin palabras, una forma de dejar ir a aquellos que amaron y que ya no estaban. Los poemas se convertían en susurros de despedida, en elegías agridulces que les permitían soltar el pasado y abrazar el presente con valentía.
El Dispensario se llenaba de historias entrelazadas, de almas en busca de redención y esperanza. Cada página era una invitación a la introspección, un recordatorio de que no están solos en su dolor. En ese pequeño rincón de la ciudad, la poesía se convertía en una fuerza sanadora, en una voz que susurraba “te comprendo” cuando más se necesitaba.
La alquimia de las palabras
En el Dispensario, la poesía era una forma de alquimia. Las palabras, cuidadosamente seleccionadas y tejidas con maestría, se convertían en elixires mágicos capaces de transformar el sufrimiento en belleza. Los Remedios Poéticos eran la piedra filosofal que convertía la oscuridad en luz.
Los visitantes del Dispensario experimentaban una metamorfosis en cada encuentro con la poesía. Los versos les otorgaban la capacidad de mirar más allá de las heridas, de encontrar significado en la desolación y de descubrir la esperanza en los rincones más sombríos de sus vidas.
Las voces del silencio
En el Dispensario, los Remedios Poéticos daban voz a aquellos que habían sido silenciados por el dolor y la tristeza. Eran un eco para las voces que habían sido sofocadas por las circunstancias adversas de la vida. Cada palabra pronunciada a través de los versos era un grito de liberación, un acto de resistencia contra el olvido.
Las voces del silencio resonaban en cada página de los libros del Dispensario. Las historias de los visitantes se entrelazaban, creando un coro de experiencias compartidas. Las palabras se convertían en la lengua común que todos entendían, una forma de comunicación que superaba las barreras del tiempo y el espacio.
Y así, el Dispensario y sus Remedios Poéticos se convertían en un faro de esperanza en medio de la oscuridad. Sus palabras se esparcían como semillas en el viento, encontrando refugio en los corazones heridos y germinando en una nueva vida llena de significado y belleza.
Porque en el Dispensario, los poemas cortos se convertían en el antídoto para el dolor, en la medicina para el alma. Un lugar donde cada palabra tenía el poder de curar, de transformar vidas y de recordarnos que incluso en los momentos más oscuros, siempre hay una luz que guía nuestro camino.
Sobre el autor
Mariano Morales Corona: Un Poeta Poblano de Voz Versátil. Nacido en los idílicos valles de Apan, en el estado de Hidalgo, en febrero de 1955, Mariano Morales Corona es un destacado autor poblano que ha dejado una huella imborrable en el panorama literario de México. Desde su temprana juventud, este talentoso narrador y poeta se ha consagrado a la escritura, convirtiendo las palabras en su herramienta para expresar la belleza, la emoción y la profundidad de la experiencia humana.
Trasladándose a la histórica ciudad de Puebla de los Ángeles en 1979, Mariano Morales Corona encontró un hogar literario que se convertiría en su musa inspiradora. Allí, entre las calles empedradas y los rincones llenos de historia, nutrió su imaginación y dio vida a su vasto catálogo bibliográfico. La Puebla de los Ángeles se convirtió en el telón de fondo de su obra, tejiendo una conexión íntima entre el autor y su entorno.
La obra de Mariano Morales Corona trasciende las fronteras geográficas y emocionales, resonando en los corazones de aquellos que tienen el privilegio de sumergirse en sus letras. Su estilo literario, enriquecido por la influencia de la tierra que lo vio crecer y la ciudad que lo acogió, ha dejado una marca indeleble en la literatura contemporánea, y su nombre se ha convertido en sinónimo de excelencia poética.
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